En la vida atraviesas fronteras, puertas, pasos y caminos de manera
constante. Algunos son acompañados por ritos, otros han sido despojados de
ellos y se han envuelto de un silencio incómodo. Como cuando se acalla la voz
del otro para iniciar una relación sexual.
Muchos de nuestros viajes comienzan con un "hola" o un
"adiós" y están tan empapados de tal cotidianidad, que no los
reconocerías como tales. Uno de los viajes más imponente probablemente será tu último
viaje, en el que ya no hay retorno a la forma que has sido. Y en todos ellos
los helenos vieron a Hermes.
Por eso lo hicieron dios de los viajes y relacionado con ellos, de los
caminos y el comercio. Por eso hoy hay dos pequeñas alas en muchos logos de
compañías de transporte, botas aladas.
Los dioses no necesitan mensajero ni tienen preferencias por los ladrones ni
los mentirosos. La atribución de una personalidad a Hermes es extraña. Se basa
en elementos que no ha perdurado. Aleja a los dioses de las formas de “fuerzas naturales”
que median y estructuran el universo para asimilarlos mucho más a los humanos. O tal vez se basa en la idea de que nosotros nos parecemos a ellos.
Hermes está cargado de elementos antropomórficos, mucho más que los celos de
Hera o las penas de madre de Deméter. Para desnudarlo y tallarlo hasta su forma
más original, basta retornar al Hermes psicopompo, ‘guía de almas’. Junto
con Hékate, es una de las pocas divinidades que entra y sale del Hades y quien guía
a las almas hasta su morada final.
La naturaleza de Hermes no está relacionada únicamente con los masculino, es
también femenina. No hace referencia solo a lo físico, es también espiritual. Hermes no es el mar, ni tan siquiera el camino. Es una deidad que remite a un fenómeno que no siempre es visible: la representación de todas las puertas materiales e inmateriales que cruzas en tu vida.
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