La noche de las velas es una noche de luna llena consagrada a las nueve Musas: Calíope, Clío, Erato, Euterpe, Melpómene, Polimnia, Talía, Terpsícore y Urania.
Para ello, se encienden nueve velas o cirios, uno por musa y se dejan arder durante buena parte de la noche. Luego, esas velas consagradas serán utilizadas para otros ritos a lo largo del año.
Las velas de las musas iluminan la habitación entre los hilos de humo que dibuja el incienso. Hubo un tiempo donde las artes se consideraron relacionadas con la divinidad. Las musas -de ahí deriva la palabra música- conectaban al Hombre mortal con lo divino.
Hijas predilectas de Zeus, cada una encarnaba una manifestación artística diferente. Veneradas por los hombres en busca de su inspiración, utilizaban a los mortales como medios para expresarse. Bajo esta concepción, el Hombre es un medio y no el artífice de la obra y las obras artísticas se emparentan bajo una misma fuerza.
Hoy concebimos una obra como producto de un individuo. En una era de derechos de autor y copyright, difícilmente podemos entender al arte como algo que va más allá del sujeto o, como mucho, de su comunidad.
La noche de las velas retorna el arte a un momento anterior al antropocentrismo. Deja por un momento que el locus del Arte se localice fuera del pequeño cerebro humano. Mira la obra como parte de algo más grande que tu misma minúscula vanidad: honra a las Musas.
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