Sentado en la orilla, lentamente se fue desnudando hasta que
se quedó sólo con un bañador y una toalla. Corre el mes de agosto y el calor de
la canícula hace del asfalto un magma abrasador.
En nombre de Atenea, untó todo el cuerpo, hasta el último
rincón, de aceite de oliva virgen. Un regalo que la diosa dispensó a la
humanidad. Y en el preciso momento en el que salía la luna llena, se puso de pie
y avanzó al mar.
Invocando a Poseidón y Atenea, los tiempos en los que ambos
dioses disputaban su dominio por Atenas parecían, ahora, lejanos. Atenea era su
nombre en Atenas, pero en otras polis tenía otros nombres, todos ellos toponímicos.
Hoy los dos dioses representan dos mares distintos: el
externo y el interno.
Por externo sírvete de las extensas aguas del mar y el
dominio de los océanos que envuelven toda la esfera y dominan el clima y la
vida. Y por interno contempla la esfera de la mente y las mareas internas, que cobijan
al pensamiento, al conocimiento y constituyen la mente.
Ambas aguas han de estar serenas si quieres sobrevivir a
este viaje. Y así, consagrada a Atenea y Poseidón, la noche arranca con una
luna que se refleja en sus pupilas y en cada ola del mar.
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