La tierra desde
Gea hasta Deméter, siempre fue un dominio femenino. Por lo que Zeus, al
ascender al trono como dios de los dioses, dividió lo que quedaba. Para él, los
cielos; para Hades, el reino de los muertos y para Poseidón, el dominio del mar.
Así lo narra Hesíodo.
Poseidón es el
dios de los océanos, el de los terremotos, uno de los dioses más conocidos que
ha trascendido en nuestra cultura de manera cotidiana -también como Neptuno o
el dios del tridente-, rey de todo un universo en el que el hombre es únicamente
una minúscula parte, frágil, extraña, extranjera.
El reino de las
aguas es grande y poderoso. El mar es el origen de la vida y, curiosamente el
dios también se lo vincula con los caballos. Todo en Poseidón es indomable,
indómito y pasional. Cuando nos entramos en el mar, y nos ponemos en contacto
con esa fuerza ancestral y magnífica, tomamos consciencia de que estamos dentro
de un universo poderosísimo, que engulle ciudades y vidas con la misma facilidad
con las que las cobija y nutre.
Estamos pisando
ya la siguiente luna llena y tiene sabor a sal y a olivo.
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