La celebración de la Adonia, tal como lo hemos adelantado, consiste en pequeños rituales muy significativos. En primer lugar, un “brindis fúnebre” por la vida que dejamos.
Utilizamos para ello zumo de granada mezclado con alguna bebida alcohólica -preferentemente Ratafía-. La ratafía, hecha con la sangre de la menta -entre otras hierbas silvestres- será nuestro último trago. Se exprime la granada y sus semillas caen y se mezclan con la bebida y se toma de un golpe.
El simbolismo de la semilla de granada -la cual condenó a Perséfone al Hades-, y su consumo se hace en honor al engaño con el que Hades que nos conduce a la muerte.
La granada era una planta con la que se decoraban los monumentos fúnebres. Por eso, posteriormente cogemos una granada entera y sin cortar por persona, velas pequeñas y nos vamos en dirección al cementerio una vez caída la noche. Esa granada que arrojamos será nuestro alimento y reserva para el más allá. Lo ideal es subir a un montículo para poder arrojarla desde lo alto de un barranco, colina o borde. Es un modo de expresar que, una vez acabada esta vida, de haber otra, deseamos que nada nos falte, que haya paz y tranquilidad en el Inframundo.
Al volver a casa, encendemos pequeñas velas de plato que dejamos escondidas en algún rincón sin que representen un riesgo para nada ni nadie. Las velas trazan un camino de luz en la oscuridad de la noche.
Una vez trazado el camino, recordad cuidar vuestra planta de menta o adquirir una nueva. La planta de menta es el símbolo de Mentis y del dolor y la furia que la injusticia de su asesinato provocó en la fiel sirviente. Por eso también está vinculada a Perséfone y es una de las ofrendas con las que decoraremos nuestro hogar.
Al retornar de la Adonia, nuestra muerte y el fin del año religioso se representa desarmando el altar doméstico. Guardando cada piedra, figura o ícono. Con ello se despide un año dodecateísta.
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