La colonización de las islas del Mar Egeo, especialmente Cícladas, nos enseña la enorme dificultad que encontraron los primeros grupos humanos para asentarse en ese círculo de islas rocosas y con escasa agua bebible.
Durante la era de los primeros asentamientos estables, era común encontrar que, de un año a otro, los colonos fracasaban en su supervivencia y morían.
En esa época, los rituales a la diosa del Hogar, deseando que los invasores se mantuvieran lejos de los puertos, que el hogar se mantenga en calma entre las facciones sociales agitadas por la supervivencia, debía cobrar especial sentido.
Un lugar de paz. Una ambición que hoy nos parece accesible, pero que podía desvanecerse en esa era, de la noche a la mañana. En los tiempos que corren, aún lo accesible también puede llegar a ser incierto.
Hoy encontrar una vivienda es realmente costoso por unas razones muy distintas. El mercado inmobiliario parece ser un nido de especuladores y el acceso está vetado económicamente a una ingente cantidad de ciudadanos. La posesión vivienda ya no es un derecho, sino un lujo, que muchas economías familiares y personales no pueden darse dada su precariedad.
Hoy, el refugio construido por los hombres, trono de la mansa y segura Hestia, parece ser de tan difícil acceso para algunos desafortunados como en los tiempos remotos. Son los excluidos los que deben alzar sobre sus hombros al cambio, aunarlo y provocarlo. Mucha de la paz social se apoya en que todos podamos disfrutar de un hogar. Tal es la trascendencia de la virginal Hestia. La primera hija que Cronos y Rea tuvieron, con ella, se inició la tercera generación de dioses que gobernaría y pondría orden en el mundo.
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