Lamia es una figura fascinante y perturbadora de la Antigüedad. Originalmente una reina de Libia, fue transformada en una criatura monstruosa por la diosa Hera, presa de los celos. Este ser, que comenzó su vida como una mujer de gran belleza y poder, pasó a convertirse en una devoradora de niños, temida por su ferocidad y habilidades mágicas. Los relatos antiguos sobre Lamia varían, pero todos coinciden en que su historia es un reflejo de la brutalidad de los celos divinos y del poder incontrolable de la magia oscura.
Según los relatos de la "Biblioteca" de Apolodoro y las "Fábulas" de Higino, Lamia era una reina libia, famosa por su extraordinaria belleza. Hija de Belus, el rey de Egipto, y descendiente de Poseidón, Lamia poseía un linaje divino, lo que la convertía en una figura de gran importancia en el Mediterráneo antiguo. Su reino en Libia era próspero, y su fama se extendía por toda Grecia y más allá. En algunos relatos, se menciona que Lamia era amante de Zeus, lo que desató la furia de Hera.
En su rabia, Hera decidió castigar a Lamia de manera cruel. El poeta Aristófanes, en su obra "Las Ranas", hace una mención breve pero inquietante de Lamia, sugiriendo que la transformación fue un acto deliberado de venganza por parte de Hera. Según el "Escudo de Heracles", de Hesíodo, Hera arrebató a los hijos de Lamia y la condenó a una vida de sufrimiento eterno. La diosa la maldijo para que no pudiera cerrar los ojos, obligándola a ver en su mente, día y noche, las imágenes de sus hijos muertos. La desesperación y el dolor la llevaron a una locura tal que comenzó a cazar y devorar a los niños de otros.
Lamia se convirtió así en un ser temido por todos. Según Diodoro Sículo, en su "Biblioteca Histórica", "los habitantes de Grecia y Libia hablaban de ella como una figura de pesadilla que deambulaba por las noches, robando niños de sus cunas para devorarlos". En algunos relatos, se decía que Lamia poseía una apariencia híbrida, con un torso de mujer y una parte inferior similar a la de una serpiente, lo que le daba un aspecto aún más aterrador. Esta descripción es destacada por el poeta clásico Filóstrato en sus "Vidas de los Sofistas", donde comenta que Lamia era capaz de cambiar su apariencia para atraer a los desprevenidos.
No solo era una cazadora voraz, sino que Lamia también poseía habilidades mágicas. Heredando el poder de su linaje divino, se decía que podía transformar su apariencia a voluntad. El escritor Flavio Filóstrato menciona en su obra "Vida de Apolonio de Tiana" que Lamia podía disfrazarse como una hermosa mujer para seducir a los jóvenes y atraerlos a su guarida. Filóstrato narra cómo el sabio Apolonio desenmascara a una Lamia que intentaba seducir a uno de sus discípulos, revelando la verdadera naturaleza de la criatura. La habilidad de cambiar de forma y ocultar su monstruosidad hizo de Lamia una amenaza no solo para los niños, sino también para los desprevenidos.
En algunas versiones, Lamia también se muestra como una hechicera consumada. El historiador Plutarco menciona en sus "Cuestiones Griegas" que se creía que Lamia tenía el poder de inducir alucinaciones y de hipnotizar a sus víctimas. Utilizaba estos poderes para atraer a los niños, creando ilusiones que los hacían ver a sus madres o juguetes preciados. Esta capacidad para manipular los sentidos y la mente, similar a la de otras hechiceras como Circe, subraya el aspecto sobrenatural de su figura.
La figura de Lamia se encuentra estrechamente vinculada con los relatos sobre demonios y seres nocturnos que atormentaban a los antiguos griegos. Los lamiae llegaron a ser una categoría de espíritus femeninos que cazaban en la noche, similar a las empusas y a los íncubos, de los que hablaremos más adelante. Se creía que estas criaturas acechaban a los viajeros y atacaban a los niños dormidos. A menudo, el término "lamia" fue utilizado para describir a mujeres espectrales de gran belleza que se revelaban como monstruos en la oscuridad.
El filósofo Plutarco, en sus escritos morales, interpreta a Lamia como un símbolo de los miedos nocturnos y de los cuentos que se contaban a los niños para disuadirlos de comportarse mal. Según Plutarco, la leyenda de Lamia servía como una advertencia sobre los peligros del deseo descontrolado y los celos, reflejando cómo el poder divino podía corromper y transformar incluso a los más nobles.
La muerte de Lamia no es un tema ampliamente discutido en las fuentes antiguas, lo que añade un aura de misterio a su figura. En algunas versiones tardías, como las narradas por el escritor Luciano de Samósata, se sugiere que Lamia no murió, sino que siguió vagando por el mundo, transformada en un ser inmortal condenado a vivir con su hambre insaciable. Luciano menciona que Lamia fue vista en varias regiones del mundo antiguo, lo que reforzó su imagen como una criatura errante y siempre presente.
En cuanto a su descendencia, algunos relatos mencionan a las lamiae menores, seres que compartían características con su madre y continuaban su legado de terror. Según el "Suda", una enciclopedia bizantina, se creía que estas criaturas habitaban en los desiertos de Libia y Arabia, atacando a quienes osaran aventurarse en sus territorios. Finalmente, en los escritos de los padres de la Iglesia, Lamia fue asociada con el pecado y la tentación, utilizada como símbolo de advertencia contra los placeres carnales y el peligro de las pasiones descontroladas.
El filósofo neoplatónico Proclo, en sus "Comentarios sobre la República de Platón", menciona a Lamia como un ejemplo de los peligros del exceso emocional y de cómo los deseos incontrolables pueden deformar el alma humana. Para Proclo, Lamia encarnaba la sombra de la naturaleza humana, capaz de corromperse y volverse monstruosa cuando los deseos y los celos no se controlan. Temida y monstruosa por intervención divina, atrapada para siempre en su hambre eterna.
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