Uno de los hijos más espectaculares del dios de las plagas, Apolo, es el
dios de la sanación. Así, por más contradictorio que nos parezca, el dios de las
pestes y de la luz tuvo un hijo con una mortal -Carónide o Arsínoe, dependiendo
la fuente-, que tenía la facultad de curar a los enfermos. Su nombre es Asclepio
y ganó por mérito propio el título de dios de la medicina y la curación. La
familia de Hipócrates, de quien habíamos mencionado el juramento, se
consideraba emparentada con este dios.
En su juventud el semi-dios recibió las enseñanzas del centauro Quirón,
también relacionado con la medicina y el arte de la curación.
Toda la prole de Asclepio hacía honor a la salud: su mujer, Epíone, moderaba
el dolor, y sus hijas Higea y Panacea representaban al tratamiento y la
prevención, respectivamente.
Sus tres hijos varones también fueron venerados por enfermos y sanadores: Macaón
y Podalirio, participantes de la guerra de Troya, tenían el don de curar las
heridas y eran protectores de los cirujanos y los médicos. Telésforo, el “que
trae la realización”, era representado como un enano que llevaba gorro frigio
cual liberto, y simbolizaba la recuperación de la enfermedad.
El orden del cosmos impedía que un médico resucitara a los enfermos, sólo
podía extender su vida, pero no rescatarlos de la muerte. La resurrección de Hipólito
en manos de Asclepio fue condenada por Zeus, que mató al semi-dios con un rayo.
Su ascensión al Olimpo se plasma en Ofiuco, la constelación del serpentario,
que representa a Asclepio y lo integra como un dios por mérito propio en el panteón.
Asclepio es esos dioses que se consideran “dioses menores” hasta que se padece
una enfermedad. Sea un dolor propio o de nuestro entorno de seres queridos,
este mes, lo consagramos a la Salud. Apolo, Asclepio y sus descendientes
merecen que arda el incienso, porque nada realmente parece importante, como la
salud, hasta que se pierde.
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